Era previsible que la exposición que se realizara en agosto de 1984 en el Museo de Arte Moderno de Nueva York titulada Primitivism. In 20th Century Art, ocasionara fuertes críticas en el medio cultural latinoamericano. Una de las voces que se manifestó fue la del artista peruano Fernando de Szyszlo quien en 1985 dio unas declaraciones en Nueva York señalando la política discriminatoria de ese museo con respecto al arte latinoamericano. Vigas, por otra parte, también indignado, escribió en mayo de ese año un artículo en el diario El Universal titulado “Lo de ellos y lo nuestro”, en el que recalcó la ausencia del arte prehispánico americano en una exposición cuyo objetivo era mostrar las relaciones existentes entre el arte moderno y las expresiones que se han convenido en llamar “primitivas”. Agregó Vigas que ello se debía a la visión prejuiciada e ignorante que en Estados Unidos había sobre este lado del continente.
Tal disgusto está fundamentado. Muchos artistas modernos latinoamericanos y europeos, han basado gran parte de su proceso creativo en función de las cualidades formales de las artes prehispánicas. Precisamente, Oswaldo Vigas y Fernando de Szyszlo son unos de ellos sólo que en sus obras han buscado trascender a la sola apreciación formal. Ambos tuvieron la inquietud de buscar en sus raíces el trasfondo sagrado que muchas de estas piezas poseen y que cada uno expresa en sus respectivas obras con su estilo moderno particular. “Yo creo que la pintura –ha señalado de Szyszlo– tiene una comunicación mística […] lo sagrado es lo inexplicable, lo que está por encima de nosotros, lo que no podemos ver y sin embargo nos hace verdaderamente existir”.
Cuando Fernando de Szyszlo viajó a París en 1949, ya había asimilado al arte prehispánico en sus modos de proceder. Había incluso experimentado con una técnica primitiva peruana, tomada de la cultura Chancay. Esto, que “llevaba en su sangre”, lo vinculó en aquel entonces con las experiencias abstractas de artistas contemporáneos como Arp, Janko y Poliakov. Estaba aún en una etapa en plena conformación pues fue, en 1959, a raíz de una exposición que realizó en México, que vislumbró con total certeza el camino que debía seguir por el resto de sus días. Fue cuando conoció la obra profunda y marcadamente latinoamericanista de Rufino Tamayo. De este artista, de Szyszlo ha confesado: “en esos colores salvajes, en ese mundo misterioso descubrí que estaba el origen, y que ser moderno era ir hacia nuestras raíces…”. En otras palabras, no se trataba de ir a Europa a mirar al exterior, sino de descubrir la verdadera riqueza que existe en su interior…
Es precisamente esta convicción la que ha hecho que los grandes maestros latinoamericanos hayan trascendido. Claramente es visible en Oswaldo Vigas quien pese a su juventud llegó a Europa con criterios plásticos muy definidos. Si bien era flexible a los cambios, estos obedecían a la maduración de sus propias conclusiones, no por tendencias externas. Desde 1948, cuando frecuentaba en Caracas el Taller Libre de Arte, Vigas tuvo como constante concebir su pintura como expresión de su identidad, lo que significaba de alguna manera asimilar el pasado prehispánico. Esto fue lo que determinó no sólo su iconografía particular sino también la consolidación de su lenguaje simbólico a través de figuras, grafismos, signos e ideogramas. Luego sus viajes por la geografía venezolana durante los años cincuenta hicieron que aumentara aún más su apego e identidad con las tradiciones populares. No es de extrañar la constante en Vigas, tanto en su obra temprana como de madurez, de crear personajes, algunos extraídos de esta cotidianidad, que parecen cobrar vida, conformando determinados “grupos sociales” que pertenecen a su mundo ficcional.
Tal vez en ello estriba una gran diferencia entre Vigas y de Szyszlo: mientras el primero animaba sus personajes a través de alguna cualidad específica como en las Brujas, las Personagrestes, las María Lionzas, las Prestidigitadoras, las Curanderas, etc., de Szyszlo, en cambio, soslayaba sus figuras a través de un lenguaje intencionalmente ambiguo entre abstracción y figuración como partes o acentos en un vasto territorio (un paisaje) que generalmente domina la superficie pictórica. Este procedimiento es el que ha llevado a Mario Vargas Llosa a señalar que de Szyszlo crea “un ámbito flexible y mitificador, propicio para significar una extraña realidad, América”. Ello explica, por una parte, porqué la pintura encarna la “materialización de lo sagrado” y, por la otra, porqué el territorio tiene un papel tan trascendente en el alma del latinoamericano. Vigas, cuando llegó a París, llevó consigo la experiencia de sus viajes por Barlovento y Yare, así como por Siruma y Paraguaipoa en la Goajira, regiones que aún conservan muchas de las expresiones aborígenes ancestrales. Llevó en su memoria los diseños de las grecas wayúu aplicados a sus tejidos y pinturas corporales, grafismos que aparecen de manera sintética en muchas de las pinturas de Vigas.
Esta manera de asumir el pertenecer a un lugar signa la visión y la sensibilidad de un artista. Ello fue sin duda determinante en la amistad tan profunda que hubo entre Oswaldo Vigas y Fernando de Szyszlo. Se conocieron en París, a instancias de la poeta peruana Blanca Varela en los años cincuenta, quien fuera luego esposa de de Szyszlo. Desde entonces tuvieron oportunidad de participar en diversas exposiciones como en 1978 en la Galería Forum en Lima; en la muestra Pintores contemporáneosen la Galería Acquavella, en Caracas, en 1986 así como en el Certamen Internacional de Artes Plásticas en Ancón, Perú, en 1987. Los unió el poder trascendente del arte y, sin duda, también los unió la poesía. Szyszlo pertenece a la Academia Peruana de la Lengua y es un amante apasionado de la literatura; Vigas también fue poeta. Escribió durante toda su vida, actividad que alternaba con el dibujo. Hoy nos quedan dos hermosos poemarios: Mis dioses tutelares y Regreso de la noche, publicados en 2007 y 2008, respectivamente.
Susana Benko
- Fernando de Szyszlo with Oswaldo Vigas, 2000
- Fernando de Szyszlo
Camino a Mendieta, 1978
- Oswaldo Vigas
Druídica, 1967