Oswaldo Vigas no llegó a tener oportunidad de establecer amistad con Asger Jorn pero, sin duda, este artista danés debió ser para él una referencia importante. En el mundo del arte, cabe señalar, se producen empatías naturales entre artistas: se comparte un “espíritu de época” así como inquietudes plásticas coincidentes. 

Pese a la diferencia generacional –Jorn le lleva nueve años a Vigas–, y que ambos provienen de contextos geográficos y culturales distintos, tuvieron algunas situaciones plásticas similares que, en cierta forma, los religan. Los dos han optado por las expresiones libres, primero a través de una figuración cercana a las asociaciones surrealistas; luego a través del tratamiento gestual violento y expresivo. Jorn durante y después de su participación en el grupo CoBrA y, Vigas, a partir de los años cincuenta y muy especialmente en los sesenta. 

Ambos optaron por salir de sus respectivos países para interactuar con el mundo. Jorn lo hizo a mediados de 1936, y alternó su estadía entre Francia y Dinamarca viajando entretanto por otros países; Vigas lo hizo en 1952, radicándose en París donde quedó doce años. Fue importante para ambos caer en cuenta que sus respectivas culturas, la escandinava como la latinoamericana, se hallaban aisladas de los circuitos artísticos internacionales. Si bien el contacto con las manifestaciones de la modernidad artística europea tuvo suma importancia, también lo fue la toma de conciencia que ambos tuvieron acerca de su propia condición como artistas. Llegaron a la conclusión de que no son ajenos a su respectiva historia y cultura por lo que sus obras debían expresar de manera consecuente sus orígenes.  

Esta toma de conciencia fue madurando a lo largo de sus respectivos procesos creativos. Jorn era, durante los años treinta, un joven pintor expresionista cuya obra transmitía una interpretación dramática de la realidad sustentada a través del color. El surrealismo francés liderado por André Breton tuvo, asimismo, en esta primera estadía en París, un impacto inicial, como luego lo tuvo el llamado Surrealismo Revolucionario promovido desde Bélgica por el poeta Christian Dotremont a quien Jorn conoció años después. Paralelamente, todavía en los treinta, se inclinó por las formas abstractas y por el espíritu dadá mientras recibía clases de un artista a quien admiraba mucho pues gracias a él aprendió a racionalizar y estructurar su trabajo: Fernand Léger. Vigas, por otro lado, sin modelos referenciales directos y aún sin salir de Venezuela durante los años cuarenta, sintió empatía por una figuración libre y de carácter onírico. En esta etapa temprana fue proclive a una pintura basada en la surrealidad. Poco después comenzó a pintar sus primeras “mujeres” de las que deriva la serie Brujas y otras figuras femeninas. En todas impera un procedimiento y un concepto libre de la creación. Para 1952, la pintura de Vigas se torna estilísticamente más constructiva sin perder una referencia directa a lo orgánico, tanto animal como vegetal. Este período presenta una empatía conceptual con el bestiario fantástico de Jorn. Posiblemente ello resulta del debate interno entre lo racional y lo inconsciente que hay en ambos artistas. Ciertamente, ambos parten del principio de que una imagen compleja –en este caso la concepción de seres híbridos– puede tener significados múltiples. Por ello cultivan una obra abierta en la que incorporan elementos simbólicos provenientes de sus respectivas culturas ancestrales. Vigas en su concepción mitológica del origen que fundamenta la vida; Jorn en su afán de “mitologizar” la realidad y descubrir las relaciones que hay entre las cosas. Lo cierto es que para ambos la vuelta a los orígenes implica un reconocimiento de sus ancestros. Se interesan por las artes originarias (o “naturales” para los escandinavos) no tanto como renovación estilística sino como una motivación mucho más trascendental como lo es expresar, de acuerdo a Jean-Clarence Lambert, valores espirituales transhistóricos o universales.  

Además de la proliferación de figuras híbridas y del proceso de “mitologización” subyacente en ambos artistas, existen otras empatías visto el tratamiento estilístico que hay en sus pinturas. De la etapa constructiva, Vigas pasó por un período informal creando piezas excepcionalmente abstractas que duró entre 1958 y 1964. Luego, progresivamente, retomó la figuración sin abandonarla nunca más. Es entonces cuando realiza su serie de Personagrestes (1963-1964) con una gestualidad libre y espontánea, con figuras demarcadas a través de gruesas pinceladas oscuras cercanas, desde el punto de vista expresivo y del color, a lo realizado por artistas como Appel y Jorn. Seguidamente pintó la serie de María Lionzas (1965-1967) con las que retoma el tema de las mujeres así como también representó otros seres fabulados que Vigas seguirá reinterpretándolos a todo lo largo de su trayectoria: bestiarios, terrícolas, aves agoreras, y otros más, todos conformando una figuración híbrida donde se integra lo humano, lo animalesco y lo vegetal, con un estilo explosivo y vital.

Energía y virulencia similar las vemos en la obra de Jorn, sólo que en su caso, las extrae desde la condición más salvaje y a la vez ingenua de la condición humana. Como en Vigas, la pintura de Jorn presenta formalmente una tensión entre abstracción y figuración, expresividad que proviene de la tradición artística escandinava, especialmente la de la pintura del noruego Edvard Munch. 

En síntesis, Vigas y Jorn rescatan valores propios de sus respectivas culturas. Lo hacen con firmeza y sobre todo con libertad. Ambos toman distancia con respecto al humanismo renacentista heredero de la tradición greco-latina. Esto significa olvidarse de los estilos hegemónicos artísticos, incluyendo las novedades de las mismas vanguardias europeas, para centrar su atención en sus propias tradiciones culturales olvidadas: las escandinavas por un lado, las prehispánicas por el otro, entre otras tradiciones. Este interés por las culturas originarias o “naturales” implica, en el fondo, un desafío a las normativas impuestas desde la academia, razón por la que la gestualidad en sus pinturas cobra mayor importancia. En Jorn durante y después de la experiencia CoBrA. En Vigas especialmente a partir de los años sesenta. Ambos representan a corrientes pictóricas figurativas fuertemente gestuales y libres, justamente por expresar la magia y el sentido de pertenencia a su tierra y tradiciones.

Susana Benko