Oswaldo Vigas Pinturas 1943 – 1973
Museo de Arte Contemporáneo, Bogotá, Colombia
Mayo 18 – junio 15, 1973
La integración cultural y artística debe ser el instrumento colectivo para lograr la unión y el progreso de América Latina, su realización debe ser el objetivo de la política nacional de cada uno de los Estados de la región. La integración es un proceso absolutamente necesario, toda vez que nuestros pueblos están tomando conciencia y empiezan a comprender que una nación es grande en la medida en que el pueblo aprenda a conocer, valorar y defender los bienes culturales que posee.
El "MAC" Museo de Arte Contemporáneo de Bogotá y la Corporación El Minuto de Dios tiene especial interés en hacer más estrechas y dinámicas las relaciones culturales y artísticas con todos los países vecinos y hermanos.
Al presentar esta importante Muestra-Retrospectiva del maestro Oswaldo Vigas "Premio Nacional de Artes Plásticas de Venezuela", se concreta la idea que me llevó a visitar su país a finales de 1971 y donde, al establecer contacto directo con los artistas, el Museo recibió el mejor de los apoyos al programa que servirá para fortalecer las relaciones entre nuestros pueblos.
Hay que destacar que el interés de todas las instituciones que contribuyeron a la realización de esta exhibición de Vigas en Bogotá es de vital importancia en el desenvolvimiento, desarrollo e integración de la plástica de nuestros países y, a la vez, abre las puertas a la verdadera "Comunicación artística y cultural".
Germán Ferrer Barrera H.
Director
Museo de Arte Contemporáneo de Bogotá
Oswaldo Vigas ha reunido esta cuidadosa retrospectiva que abarca treinta años de su trabajo como pintor, para presentarla en Bogotá.
Hombre serio y reflexivo, que ha ido desarrollando y pensando esta obra como un cuerpo pictórico coherente, Vigas pertenece a una notable estirpe contemporánea que funcionará, además, muy bien en Bogotá: la estirpe de los "quedados".
Coloco en ella a todos los artistas latinoamericanos de valor, que siguieron lealmente un punto de vista sin aceptar modificaciones impuestas desde afuera por la presión de la moda o la urgencia del cambio. Dicho punto de vista corresponde tanto a la intención de expresar vivencias personales, como al deseo de que tales vivencias se relacionen, no importa de cuál manera, con la realidad insoslayable de un medio nacional o continental diferente a la cultura europea o a la cultura norteamericana.
Los "quedados", por consiguiente, rechazan la idea de que el arte actual debe competir con las líneas de avance tecnológico y científico correspondientes a los países altamente industrializados, por una parte: y, por otra, rechazan igualmente la competencia con los productos pseudoartísticos de los medios masivos de comunicación, que han convertido la tarea artística en una actividad más, indiferenciada, de la sociedad de consumo.
Estos dos rechazos transforman a los "quedados", instantáneamente, en individuos arcaicos, fuera de actualidad y de sitio, al menos desde la óptica de las vanguardias dominantes. Pero "actualidad" no es sinónimo de "tiempo", así como "sitio", no tiene porqué ser sinónimo de "lugar". Los "quedados" prefieren seguir aceptando la noción de "tiempo", con su inevitable marginación de un episódico y frustrante "hoy día, ahora", así como de una despótica "actualidad": y abrazan la causa de un "lugar", aunque se los tilde de provincianos renuentes a aceptar un hipotético universalismo.
En este marco de decisiones que, hoy por hoy, revisten mucha más importancia que nadar a favor de la triste corriente del deterioro y la improvisación defendida por revistas, galerías y museos de todo el mundo, hay que situar la obra de Oswaldo Vigas.
¿Cómo se ha expresado dentro de dicho marco?
La preocupación de componer, y la preocupación de transmitir fuertes sensaciones y emociones al espectador, parecen dirigir este trabajo pictórico. En cuanto a lo primero, Vigas actúa como un artista observador y cuidadoso, atento a las formulaciones abstractas y expresionistas europeas de las cuales saca una lección provechosa: sin embargo, su obra no acusa ningún tipo de influencia en particular, sino que prefiere moverse en la órbita mayor de una libertad expresionista donde se enfatizan formas y colores, hasta construir un conjunto dinámico y emotivo. Alternativamente, y de un modo muy lógico y cíclico, dicha composición ha pasado por zonas ordenadas, marcadas por una clara tendencia geométrica, y por zonas expresamente descompensadas. Una ajustada selección de colores ha acompañado tales cambios: a conjuntos tonales han seguido períodos estridentes y a éstos han continuado momentos oscuros, donde color y luz se recogen. Las diversas situaciones han sido siempre resueltas dentro de la pintura, salvo un breve período, de gran penetración y finura, cuando aborda, junto con la plana mayor de la pintura venezolana de la época, la experiencia textural del informalismo.
Así descrita, la obra de Vigas parecería dominada por un espíritu formal que estaría por encima de la voluntad de significar, así como por una fuerte conciencia profesional que lo induce a la tarea diaria de la pintura con una disciplina sin desmayo. Si esta segunda suposición es bastante cierta porque Vigas tiene, como pocos, fe en la profesión de la pintura, es preciso en cambio añadir a sus búsquedas formales y a la cautela de sus desarrollos en una dirección o su contraria, un unívoco interés por comunicar.
Mientras el formalismo implica actos cerrados, que encuentran en sí mismos sus propias satisfacciones y se desentienden por la transmisión, así como por la relación con el público, la pintura de Vigas se lleva a cabo en constante vigilancia respecto a ese público y a la trilogía espectador, medio, artista.
A veces este anhelo se vuelve visible y aparente, como en una etapa de visiones y cortes de tierra netamente venezolanos, trasladados a poderosas síntesis cromáticas y luminosas, o en la excelente etapa de las brujas, donde Vigas incursiona en un sustrato nacional atravesado por supersticiones y fórmulas mágicas.
Otras veces el mensaje es más complejo y mediato, cuando resuelve situaciones plásticas donde se instala el orden o el desorden: las más felices, en estos casos, son aquellas donde Vigas deja explayar y estimula la violencia orgánica de formas acordes con su repentismo emocional.
La obra de Vigas es atípica dentro del panorama plástico venezolano, profundamente vinculado a la novedad y afiliado a la tecnología y al cientismo a través de sus fuertes corrientes dominantes experimentales y cinéticas. Vigas jamás se sintió atraído por tales corrientes, que de algún modo representan un "arte oficial" venezolano, y estructuran la imagen de Venezuela artística en el campo internacional.
A la noción de avance que suponen dichas tendencias, Vigas ha opuesto, tercamente, la noción de autodesarrollo dentro de una vida auténtica y armónica de las formas, que no puede darse sino dentro del destino particular de cada artista. Así ha buscado que cada período de su obra se desprenda del anterior por necesidad formal y expresiva y que, a su vez, sirva de plataforma para el siguiente: entre unos y otros, además, no existe una progresión lineal, un simple ir hacia adelante, sino que muchas veces vuelve sobre sus pasos, y retoma una actitud y un tema bajo otros puntos de vista, desde luego, acordándolos al reclamo de sus nuevas vivencias.
Por eso la obra de Vigas, como un cuerpo humano, tiene pies, cuerpo y cabeza, pero también desarrollo y madurez y, asimismo, semejanza con sus propios recorridos. Pertenece a la normalidad profesional. Como todo ser normal, tiene gustos, apetencias y vocación selectiva, pero no obsesiones. Trata de conciliar más que de romper. Sus conflictos duran poco, nunca son realmente dramáticos y terminan en situaciones de nuevo fraternales.
Su obra está regenteada por un espíritu sano, una firme honestidad visual y la idea generosa de dotar de calor y sensaciones a los materiales plásticos de que se sirve. Vigas logra concretar ese propósito a lo largo de tanto trabajo, a menudo bien resuelto y siempre sensible y vibrante.
Marta Traba.