Luego de tres penosos años de Guerra Civil Española (1936-1939), más la Segunda Guerra Mundial que seguidamente azotó a Europa entre 1939 y 1945, España quedó económica, social y culturalmente devastada. En tal sentido, quedó rezagada en cuanto a su participación en las segundas vanguardias europeas que se gestaron a partir de mediados de los años cuarenta y fundamentalmente en los años cincuenta. Fue con la aparición del grupo Dau al Set en Barcelona en 1948 y luego en Madrid la irrupción del grupo El Paso (1957-1960) que comenzó una verdadera revolución en los estilos pictóricos de España. En este segundo grupo se encontraba un gran amigo de Oswaldo Vigas: Antonio Saura.
Casualmente, ambos artistas se fueron a París en 1952. No obstante, se conocieron al año siguiente cuando Vigas realizó un viaje a España, crucial para su desarrollo como pintor. Fue en este viaje que observó con detenimiento las obras de Velázquez, Goya y El Greco durante sus visitas al Museo Nacional del Prado, maestros que son importante referencia para artistas de tendencia expresionista como Saura y Vigas.
Antonio Saura vivió los avatares de la Guerra Civil Española en Madrid. Fue un artista autodidacta que supo conceptualizar su trabajo en sus distintas series y etapas, tal como dejó manifiesto también en sus importantes escritos. Al igual que Vigas fue, por breve tiempo, pintor surrealista cuando este movimiento recobró a mediados del siglo un nuevo impulso, solo que Vigas, una década antes, sin salir de Venezuela, ya había incursionado en esta tendencia en sus obras tempranas. Como la mayoría de los artistas expresionistas de la época, ambos defendían la libertad absoluta en los procesos de creación y ello se aprecia en sus respectivos estilos pictóricos. Sus obras se distinguen por su actitud no complaciente con respecto a los modos tradicionales de representación.
Son muchos los factores que unieron a ambos artistas. Los dos pasaron por etapas muy próximas al informalismo y especialmente a la pintura gestual. En Saura fue un distintivo. Aparece con fuerza en sus grattages de mediados de los años cincuenta y luego esta gestualidad es el elemento expresivo que trasciende en toda su obra figurativa posterior. En Vigas la vemos en su serie Signos de 1962, que realiza inmediatamente después de un breve período abstracto informal de finales de los años cincuenta y principios de los sesenta en el que había centrado su atención en la materia pictórica como una forma de expresar su apego a la tierra. Signos representa formalmente lo opuesto a la serie anterior. Si bien se mantiene su interés en la demarcación de territorios, coincide con un momento especial que es cuando Vigas se interesa por el budismo zen. En consecuencia, le interesa lo sígnico como producto de un gestualismo violento y dinámico, acorde a su temperamento expresivo y libre. Después de Signos, Vigas retornó a la figuración con la serie titulada Personagrestes, término inventado que une a ‘personas’ con su cualidad ‘agreste’. Son obras que conjugan de manera ambigua abstracción y figuración pero mediante fuertes pinceladas gestuales y explosivas. A partir de entonces asumió integralmente el estilo neoexpresionista a través de la figura y la aplicación del color.
Saura, por otra parte, centró su gestualidad expresiva en la transfiguración de los rostros de sus personajes, trazados con pinceladas gruesas predominantemente negras. El color en Saura tuvo en general un uso mesurado. Su gesto, como escribiera Aldo Pellegrini, se convierte “en desgarradura”. En efecto, parte de la pintura de Saura expresa drama, muerte y dolor, sentimiento que se explica cuando se piensa que este artista ha vivido una España material y espiritualmente desgajada.
Saura, por otra parte, mantuvo algunos temas constantes en su pintura: sus autorretratos y sus series de Damas y Crucifixiones. Los dos últimos también los trabaja Vigas de diversas maneras. Para él el tema de la americanidad no sólo fue importante por su conexión con la tierra y su sentido vital. También lo fueron sus presencias femeninas primero en las Brujas de los años cincuenta y luego en las diosas como María Lionza, en las señoras y otros seres fabulados de décadas posteriores. Tal vez hay una diferencia radical en la pintura de ambos: mientras la obra de Saura transpira dolor, en Vigas por el contrario queda encarnada la exaltación de la vida vista a través del elemento germinador madre-tierra, el gesto y el color.
Saura realizó Crucifixiones a partir de 1957 y Vigas realizó la primera en 1953. Ambos desarrollaron este tema a lo largo de su trayectoria. Saura gestualizó con violencia la Crucifixión de Velázquez representándola no con sentido religioso sino como imagen de la tragedia de la condición humana. Vigas, en cambio, tomó como punto de partida la Crucifixión de Grünewald, para expresar realmente el dolor físico y espiritual de Cristo mediante su visión mágica profundamente americanista. Pese a las diferencias de intención y de enfoque, ambos coinciden en expresar el dolor de manera intensa.
Otro punto de contacto es que fueron artistas integrales. No se limitaron a la pintura. Fueron insignes dibujantes y artistas gráficos. Hicieron esculturas, murales y tapicería. Saura, por su lado, fue un entusiasta escenógrafo de teatro. Vigas hizo además cerámica. Ambos fueron unos apasionados por el trabajo con la materia, con su variedad de medios y técnicas por lo que llevaron su creatividad a las posibilidades ilimitadas de los lenguajes del arte.
Susana Benko
- Antonio Saura
- Antonio Saura
Retrato imaginario de Goya, 1985
- Oswaldo Vigas
Formas orgánicas I, 1963