Coincidieron Oswaldo Vigas y el pintor ecuatoriano Oswaldo Guayasamín en la inauguración de una exposición de Bernard Buffet en París en 1956. Buffet, artista francés cuyos retratos se distinguen por la fuerte expresividad en la representación de sus personajes, se reconocía, al igual que Guayasamín, como un pintor realista. Para ambos el ser humano y su drama interior tenían gran importancia. Luego del evento, Guayasamín se presentó en el taller de Vigas en la rue Dauphine y le dijo: “Mira yo soy Oswaldo Guayasamín y tú eres Vigas. ¡Dame una tela! ¡Dame pintura! Te voy a hacer un retrato a lo Bernard Buffet, pero mucho mejor que Bernard Buffet, porque tú y yo somos los dos artistas más importantes de Latinoamérica”. El resultado fue un extraordinario retrato de Vigas que hoy reposa en la sala de su casa en Caracas. Lo representó con bata de médico, pues sabía que él lo era. En menos de dos horas captó las facciones de su joven amigo con su estilo expresivo tan definido.
Oswaldo Guayasamín tenía gran habilidad como pintor retratista. El que hizo de Vigas evidenciaba su capacidad para captar los rasgos anatómicos de su modelo. Su virtuosismo iba más allá de conquistar un parecido o dominar las técnicas de la pintura: sabía expresar el alma del personaje.
Mientras la realidad del indígena y los conflictos sociales conformaron los temas de la obra pictórica de Guayasamín, en la de Oswaldo Vigas no ocurría así. A inicios de la década de los cincuenta abogaba por un realismo mítico en el que la fabulación le permitía no sólo expresar el apego a su condición profundamente latinoamericana sino de alguna forma con ello celebrar la vida. Ciertamente tanto en la serie de Brujas de inicios de los años cincuenta, pasando por una etapa temporal en el que se inclina por las abstracciones así como en toda su obra figurativa posterior que retoma a partir de los años sesenta, subyace una fuerza telúrica en la que la figura y la contundencia en la aplicación de las pinceladas se imponen. En todas sus etapas, Vigas mantiene este sentido de pertenencia a su tierra, a sus orígenes.
Para 1956, año del autorretrato, Vigas se encontraba, justamente, en su etapa constructiva. Apenas habían pasado dos años de la experiencia de los murales de la Ciudad Universitaria, razón por la que continuó replanteándose el análisis y la representación de las figuras con una visión mucho más abstracta y constructiva. En ese momento uno de sus objetivos era la reducción de las formas a estructuras lineales, dejando entrever todavía fragmentos de figuras de una realidad ficcional. Ésta aparece como signos en medio de un engranaje lineal: dientes o uñas afiladas, formas de hojas y sus nervaduras, etc., imágenes que denotan su apego a la figuración (Primeros personajes), pese a que luego llega a la abstracción en series como Objetos que realiza entre 1954 y 1956 y Formas tensionales que trabaja paralelamente entre 1955 y 1957, cuyo eje central era la intercepción de líneas que conforman planos geométricos. En estas series, la forma y el color llegan a su máxima simplificación manteniendo una fuerte carga expresiva que es distintiva en la obra integral de Oswaldo Vigas. No en vano el crítico Gaston Diehl ha comparado la densidad existente de estas obras con el alcance espiritual de las de Joaquín Torres García o de Jean Michel Atlan. Existe una empatía similar en la manera de disponer la composición de las piezas cuyas líneas, en el caso de Vigas, se distinguen por su fortaleza y densidad. Esto implica un proceso de depuración no sólo de formas sino también de la intención buscada en la imagen en sí.
Luego, a partir de 1963 y muy especialmente luego de su retorno a Venezuela en 1964, Vigas vuelve a la figuración con nueva energía y vitalidad. Realiza las series Vespertina, Grupo familiar, Selvática Insectívora, Señora de las hojas, y otras más, que muestran su estilo maduro y sin duda fuertemente expresivo. Para entonces es ya uno de los representantes más importantes del neofigurativismo latinoamericano, movimiento que ha tenido en esa década diversas formas de manifestarse. Tal heterogeneidad se pone de manifiesto al observar, por ejemplo, las diversas maneras como Vigas y Guayasamín asumieron la figuración. Este último centraba su atención en problemas locales del indígena, así como en la condición desgarradora de los más pobres y afligidos. No obstante, logró la universalidad pues las injusticias, las dictaduras, las guerras y la discriminación social son problemas mundiales. Vigas, por otra parte, con sus presencias totémicas y míticas, logró trascender asimismo por su lenguaje profundamente moderno y universal, tocando de esta manera la esencia de la americanidad.
Susana Benko
“Mira yo soy Oswaldo Guayasamín y tú eres Vigas. ¡Dame una tela! ¡Dame pintura! Te voy a hacer un retrato a lo Bernard Buffet, pero mucho mejor que Bernard Buffet, porque tú y yo somos los dos artistas más importantes de Latinoamérica.”
- Oswaldo Guayasamín
- Oswaldo Guayasamín
Retrato de Oswaldo Vigas, 1956
- Oswaldo Guayasamín
Cabeza y mano, 1979
- Oswaldo Vigas Biología de la noche, 1967