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    La arrogancia nos coloca al borde de la estupidez
    Viclamar Torres León
    Últimas Noticias.
    Caracas, Venezuela. 16 de Noviembre de 2000

    ¡Estás en la prehistoria!, le dijo alguien hace mucho tiempo a Oswaldo Vigas. El comentario no le molestó, pero tampoco lo entendió hasta que pudo ver algunos grafitis parietales en una caverna francesa. 

    —Allí entendí que las imágenes antecedieron a cualquier lenguaje —dice el artista—. Creo que el sentimiento arcaico es la parte más vital del arte contemporáneo.

    -¿Y eso por qué?

    —Me siento cada vez más cerca del mismo impulso primitivo que animó a aquellos hombres de las cavernas y pienso lo mucho que hemos perdido al plegarnos a los mandatos de nuestra civilización. Quizás lo más trascendente del arte moderno es habernos abierto la vía de regreso.

    -En su camino de regreso, ¿qué ha conseguido?

    —De todo. He encontrado alegrías y tristezas. Pero sobre todo he aprendido a no creer que sé mucho. Eso es arrogante. La arrogancia es el primer enemigo de la creación y la creación implica humildad porque esa es la mejor manera de conquistar nuevos campos. La arrogancia nos coloca al borde de la estupidez. Lo único que favorece la vida, la creación y el éxito es la humildad.

    -¿Y la espontaneidad del artista dónde queda?

    —En primer plano. La espontaneidad es todo. Es el impulso que te hace actuar sin pensar. Uno tiene que deslastrarse de formalidades. La espontaneidad te hace cometer errores y recibir golpes. Sinceramente, prefiero ser torpe por espontáneo, porque luego tengo la oportunidad de disculparme. No entiendo a esa gente que dice: «Yo tengo experiencia. No tropiezo de nuevo con la misma piedra». Están equivocados, es preferible darse un tropezón, ponerse una curita y continuar. Eso enriquece la vida.

    -¿La espontaneidad es sinónimo de libertad creativa?

    —Más o menos. Uno es verdaderamente libre cuando no tiene que rendirle cuentas a nadie. Cuando no estás pensando si te vas a ganar un premio o vas a vender un cuadro.

    -¿Es usted libre?

    —Cada día más. Creo como un ser libre. Si que somos más libres los más viejos porque no tenemos nada que perder. Siempre actúe y trabajé como un ser libre. Sin pensar jamás en las consecuencias y sin huirle a las desilusiones. Hay dos clases de arte: el libre y el prisionero. Este último es el que se hace con una finalidad determinada: adornar un edificio, ganarse un premio.

    -¿Ha estado prisionero?

    —He hecho algunas cosas por encargo, pero siempre contradigo el encargo. Lo último que hice fue un cuadro que debía acompañar un poema. Se trataba de una exposición organizada por una compañía de televisión japonesa. Pinté el cuadro y lo expusieron. El poeta me mandó una carta bellísima. Fui a conocerlo. Vive al sur de Francia. La única parte del cuerpo que puede mover ese muchacho es su dedo índice, con el cual escribe sus poemas. Eso me conmovió. Creo que ha sido uno de los momentos más gratos de mi vida en los últimos veinte años.

    Mientras encuentra otros momentos agradables sigue pintando, esculpiendo y cuidando su espontaneidad.