Creador, hombre, amigo
Amy Courvoisier
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Caracas, Venezuela. 21 de marzo de 1982
Vigas el hombre, Vigas el amigo, lo sigo desde hace alrededor de treinta años. Él vino de su ciudad natal, Valencia, como yo he venido de París. Nuestro primer encuentro tuvo lugar, si bien me acuerdo, en la esquina de Pájaro, o si no, en El Silencio. En aquella época nosotros pululábamos en el centro. Yo vivía a una cuadra de la Plaza Bolívar, y Vigas, me parece que vivía en el barrio del Panteón.
Nuestro grupo no era grande, tal vez ello ayudó a consolidar nuestra amistad.
Más tarde nos perdimos de vista, pero no por largo tiempo, pues yo he seguido su trazo en el barrio Latino, en París, en donde casi todos los años lo encontrábamos, siempre el mismo, sonriente, acogedor, de buen humor, a pesar que no todo le sonreía siempre. Pasábamos el mediodía o las tardes en la calle Dauphine, en su estudio que servía tanto de dormitorio como de taller, en donde la puerta no se cerraba jamás. Allí o en el café Saint André-des-Arts, nos reuníamos con Ángel Hurtado, Humberto Jaimes Sánchez, Juan Sánchez Peláez, Suzanne, y más tarde Hugo Batista, Charles Popineau y muchos otros.
Así fue, como no sólo he seguido la evolución del arte de Vigas, también sus cambios de humor, sueños, esperanzas y ¿por qué no? sus aventuras. Vigas atraviesa algunas veces momentos de inquietud, de dudas. Yo no diría de angustias, pero sí, de “vacío”. ¿Cuál es el creador que jamás conoce momentos de incertidumbre, y —por qué no— de depresión? Sin embargo, Vigas no es un depresivo. Él tiene prolongados momentos de silencio; pero son momentos de reflexión, pues Vigas es un “pensador” y esta no es una palabra vaga. Mil ideas le bullen, los problemas le acosan. Él se sumerge en la historia contemporánea, tanto como en la historia de las religiones. Todo le intriga, la filosofía, la sicología, es un apasionado de la vida.
El arte de Vigas desde sus comienzos, es un arte totalmente personal. No puede ser asimilado ni a escuelas, grupos o influencia alguna. ¿Quizá él no ha sido impermeable a todo lo que Picasso representa como pintor o como hombre?, ¿quién no se ha sentido envuelto por Picasso, en el correr de nuestro siglo? Picasso domina la historia, toda la historia también del arte de hoy, ¿entonces?
Para Vigas, Picasso ha sido también una presencia. Sentimentalmente, moralmente, es cierto que Vigas no ha sido sólo el deslumbrado por el magnetismo de este gran pintor, uno de los genios de nuestro tiempo.
Yo viví al lado de Picasso los años de guerra. He conocido la fuerza de su personalidad, su magnetismo, que nos dominaba, éramos un pequeño grupo de amigos, entre los que contaban: Paul Eluard, Robert Desnos, Yuki, Georges Auric, Jacques Prévert, Georges Hugnet, Françoise Gillot, André Beaudin, Domínguez, Pierre Berger, Lucien, Coutaud, Félix Labisse, Dora Maar, André Marchand, Marie Picabia, y otros. Así he comprendido cómo Picasso pudo marcar a un Wifredo Lam, a un Oscar Domínguez, un Paul Eluard, y —por qué no— a un Vigas.
Pero el arte de Vigas, desde un comienzo, pinturas, grabados, serigrafías, tapices, cerámicas —todo relacionado con la pintura— no podía ser comparado con otros. ¿Sus brujas? Sí, ellas lo perseguían desde nuestros paseos en la esquina de Padre Sierra, ellas no lo abandonaron, ellas se transformaban cada vez que él se les acercaba. Pinturas, grabados, tapices, cerámicas, Vigas avanza con una seguridad sorprendente, no hay desfallecimiento. En algunas cosas al menos, él se acerca a Picasso: la misma facilidad de renovarse, la misma fuerza de juventud.
Vigas es un hombre de nuestro tiempo, a pesar de que sus brujas son más viejas que las de Miller. Si él se sumerge en el pasado, creo que es para aproximarse al arte negro, o mejor, al arte precolombino, que no es extraño al arte latinoamericano de nuestro tiempo y de su arte también.
Si Vigas explora todos los rincones escondidos de sus brujas, no es porque él no sea un hombre de nuestro tiempo. Él sabe por ejemplo, lo que el cine aporta a las artes. Su lenguaje es universal. Vigas ama el cine, tanto como les gustaba a los surrealistas. El escoge los filmes más heteróclitos [sic]. Este es el único punto, quizá, en que yo me oponga a él. Mientras a él le gustan las historias de terror, de ficción, de magia —¡las brujas están ahí! — yo soy muy difícil en mi elección. Pero salvo esto, no tenemos otros puntos opuestos.
Un día, en una entrevista hecha en París escribí esto: “Oswaldo Vigas tiene los ojos abiertos a la vida, y su arte, sus reflejos, su franca sonrisa, se dirigen a la vida. Huye de todo lo contrario a la vida. Su arte le acompaña, y expresa con él todo lo que la vida puede suministrar, en problemas, alegrías, reflejos, titubeos, dudas”.
Yo escribí eso hace veinticinco años exactamente.
Y no me equivoqué.
