Oswaldo Vigas. Mutants, pélélés, contorsionnistes et autres zigotos.
Galería La Tour des Cardinaux, Francia.
Del 24 de junio al 30 de julio de 1995
Paraíso inconcluso
La exposición retrospectiva de la obra de Vigas que tuvo lugar el otoño de 1993 en la sala Luis XVI del Palacio de La Monnaie en París marcó una nueva etapa en el reconocimiento del arte latinoamericano de hoy día. Nosotros, que tanto la habíamos esperado, no podíamos más que celebrar, pues en el vasto campo de las artes plásticas contemporáneas, Oswaldo Vigas ha sido uno de los principales pioneros.
También nos sorprendió este hecho significativo: el Palacio de La Monnaie se encuentra a pocos pasos de la rue Dauphine, donde, en los años 50, Vigas aterrizó de Venezuela, de la nada, y ocupó una modesta habitación que le sirvió también de taller. Esta estaba en el Hôtel d'Aubusson, cerca del famoso Le Tabou, bodega (casi una cripta) del jazz y la poesía que frecuentaban Claude Luter, Juliette Greco, Boris Vian y muchos otros que desde hacía mucho pertenecían a la leyenda de Saint-Germain-des-Prés. El propio Sartre lo visitaba con quienes entonces fueron denominados como existencialistas, denominación que hoy nos hace sonreír. Europa se recuperaba como podía de los horrores de la guerra y el planeta entero estaba en busca de una nueva historia. La suerte que tuvieron los latinoamericanos como Vigas fue que lo esencial para ellos, la identidad y la modernidad, aún no se había inventado.
En el campo del arte, que no atrajo casi a los “existencialistas”, el partido se jugó entre el surrealismo y la abstracción al tiempo que crecía la realeza de Picasso, quien trascendió todos los estilos. Vigas, como debía, le demostró su admiración y lo visitaba en La Californie. También frecuentaba el taller de Wifredo Lam y el de Matta, los dos maestros del surrealismo latinoamericano. Esto no le impidió participar en la realización de la Ciudad Universitaria de Caracas, cuyo trabajo elabora en París con los constructivistas que tenían la galería Denise René como punto de partida.
Sin embargo, Vigas no se adherirá plenamente a ninguna de estas dos tendencias: él elegirá un tercer camino no muy distinto al de mis amigos del grupo CoBrA, una especie de proyección transatlántica. Mientras más arriesgado y más incierto, iba simultáneamente en dos direcciones contradictorias pero complementarias, creando así un sistema osmótico abierto: la experimentación de nuevas formas y la búsqueda de formas esenciales, arquetípicas. Lo original y lo originario.
Lo que vi a comienzos de los años 60 en el pequeño taller de la rue Dauphine ilustraba ya convincentemente esta elección que se revelará, como yo estaba seguro, como la más fértil para el desarrollo de la creación contemporánea. Nuestra compenetración fue inmediata, y nuestra amistad, que no nos ha defraudado desde entonces, se renueva en cada uno de nuestros encuentros, en París o en Caracas.
Con pinturas, esculturas, tapices y cerámicas, la obra de Vigas conjuga la modernidad, una creación libre sin fin ni ley, con la tradición caribe revivificada, su inevitable mítica, con su “lirismo convulsivo o armonioso”, para usar las palabras del poeta venezolano Juan Liscano. Sí, lo original y lo originario. Los años que llevaron las decisiones críticas del pequeño taller de la rue Dauphine a la consagración en los paneles neoclásicos del Quai Conti, son los mismos que los del advenimiento de este nuevo Nuevo Mundo que es el arte latinoamericano, con sus demonios y maravillas.
Un paraíso inconcluso: el título de una reciente pintura de Vigas me parece emblemático para toda su obra. ¿Qué nos muestra, en efecto, sino un génesis atemporal de formas, una biología experimental en la que los reinos se acoplan los unos sobre los otros, el humano, el vegetal, el animal, el mineral? Hace mucho, nuestro imaginario profundo se componía de esfinges y quimeras; ahora tenemos, gracias a Vigas, Piedras fértiles, un Árbol animal que se multiplicará, un Personaje vegetal salido de la selva barroca y otros más. ¿El paraíso inconcluso no es simplemente el paraíso perdido y encontrado, esta fantasía de Cristóbal Colón y la nuestra? “Seres, plantas y alimañas alguna vez debieron haber estado juntos, haciendo un solo cuerpo. Yo intento reunir lo que nunca debió haber sido separado”, dijo un día Vigas.
¿Y cómo ilustrar mejor el mestizaje cultural de la América Latina-india, sino con el mestizaje de formas naturales? Una vez más, ¡la necesidad crea el órgano!
Pero necesidad es un término demasiado darwiniano, es más bien la necesidad interior la que habla: la del artista que no conoce descanso. Precisamente, es aquí que personajes inesperados exigen aparecer en la pintura de Vigas: “Mis engendros”, dijo, “me divierten, me inquietan”. Algunos son de la adolescencia; otros datan de ayer, justo después de la retrospectiva en el Quai Conti. ¿Esta no habrá sido demasiado solemne con esos ministros, embajadores y críticos de arte? Incluya ahora a los Contorsionistas...
Jean-Clarence Lambert
Abril de 1995
Un mundo insólito y fascinante
Como ya nos tiene acostumbrados, Vigas pasa de alternancias de entusiasmo y concentración a darse un respiro, lo cual se encuentra finalmente en una balanza.
Después de los considerables esfuerzos que tuvo que desplegar hace dos años para la selección, el envío y el montaje de cerca de 150 obras entre pinturas, esculturas, cerámicas y joyas para su impresionante retrospectiva en el Palacio de La Monnaie en París y de tapices para la Casa de América Latina, ¿nuestro amigo no sentía necesidad de relajarse, de tomarse un respiro? Por ello se permitió un momento de reflexión, de cuestionamiento, mientras se dedicaba, como de costumbre, a un trabajo aún más activo estimulado por el éxito que tuvo en los últimos años al encontrarse alternativamente en Mónaco, en Quai de Conti en París y recientemente en la calle Mazarine.
Hoy nos lo presenta en diferentes facetas: pinturas, pasteles y pictografías procedentes de un nuevo lenguaje a la vez sencillo y relajado, menos cargado de materiales y colores, a menudo dominado por un trazo que demuestra una vez más una libertad sorprendentemente creativa.
No nos equivoquemos. Bajo la desarmante sencillez de su apariencia, su expresión tiene esta fuerza revitalizante que le es propia. Lejos de abandonar este sentimiento mítico que lo habita y que lo convirtió en el gran defensor del continente, él lo transforma, lo amplifica al inyectarle una dosis de humildad cotidiana. ¿No es este el origen de los mitos a enfrentar durante la existencia? Transcrito en ocasiones más familiarmente, más cerca o más fácil de interpretar, conservando su carácter a menudo extraño o misterioso. Estos profundos lazos que unen tan estrechamente a nuestro pintor con su tierra natal y con sus lejanas creencias viven tan intensamente que reflejan la omnipresencia del destino.
No quiero probar el dinamismo vital, la agitación a veces febril que se adueña de estas criaturas al punto de distorsionarlas y casi dislocarlas. ¿No es precisamente esta animación extrema la que prueba cómo nuestro artista se reencuentra con naturalidad en este universo imaginario que hizo suyo hace mucho y en el que él es el maestro absoluto y único en su tipo por su constancia, por su fecunda producción?
Con qué destreza, con qué agilidad sabe mover en el estrecho campo de sus pasteles, por ejemplo, las elegantes siluetas frágiles, reducidas a una filigrana avivada por algún acento tonal en un fondo discreto, pero de una sugerencia monumental. Tal desarrollo es aún más evidente en lo que él llama sus pictografías, de una alegre espontaneidad.
Frutos de un largo trabajo de maduración y de cuestionamiento, sus creaciones pictóricas no pierden su gesto intuitivo y su ispiración natural. En sus representaciones de contornos a veces fragmentados, rotos, de bordes multicolores con un aspecto alado, continuó combinando seres vivos, divinidades de ayer o de hoy. Sin embargo, a menudo arroja una espera ansiosa, una inquietud sorda, sobre todo en los estallidos salvajes de su bestiario marcado por intensos pulsos coloreados por rigurosos toques lacerados.
Curioso y emocionante matrimonio entre austeridad, suavidad, ironía y violencia, traicionando así la compleja mezcla de impaciencia, de euforia y de ansiedad que revela el clima pasional en el que trabaja nuestro intenso creador.
Tales resultados parecen al principio un poco difíciles de abordar y de descifrar para los ojos europeos, a los que el barroco expresivo inherente a toda América Latina, nunca deja de desconcertar. Sin embargo, basta solo un esfuerzo de atención, una segunda lectura, para poder entrar fácilmente en este mundo insólito y fascinante. ¿Quién puede entonces resistirse a los múltiples encantos que ofrece su variedad cromática, su impetuoso impulso interno, su apertura poética al imaginario constantemente alimentado por una profunda espiritualidad? Sin duda, Oswaldo Vigas aún sabrá guardarnos muchas sorpresas en el futuro, preservando, como de costumbre, el contenido esencial del que él es valioso depositario por muchas décadas.
Gaston Diehl
Marzo de 1995