Oswaldo Vigas. Mitificaciones, obras recientes.
Sala Mendoza, Fundación Eugenio Mendoza, Caracas
7 al 21 de Junio de 1970
Oswaldo Vigas
Transfigurar la tierra y sus ancestrales significaciones en símbolos intemporales; proyectar en imágenes de vasta radiación espiritual la pequeñísima parcela de mundo en que alentaron nuestros sueños, así programaron el advenimiento de lo que ha sido su arte hermoso y riquísimo, los nuevos pintores venezolanos que fundaron por los años de 1940, el Taller Libre. Esa ambición de lo venezolano raigal pobló de manifestaciones insólitas nuestras plásticas: Borges la recamó de joyas arborescentes, Abreu la incendió en jardines delirantes. Más extraño ha sido el caso de Oswaldo Vigas, que en pos de ese mismo afán de signos terminó haciéndose cazador de brujas. Entre el sustrato onírico de la niñez y el suelo áspero de la geografía Venezolana, le proveyeron a Oswaldo esa manera tan peculiar de su expresionismo, que reduce las funciones del pintor a las de un aclimatador de materias larvarias, de intuiciones en que aún se le sugiere la tierra al hombre como un poder misterioso. Desde sus primeros cuadros Oswaldo Vigas ha venido disponiendo, en una pintura de enriquecimiento creciente, los elementos propicios a proporcionarles a esas potencias mágicas de la tierra, una continuidad serena hacia su plenitud expresiva. Puede uno seguir el proceso de su pintura, como los naturalistas el de una reforestación, a partir de aquellas vigorosas texturas de su primera época, materia más bien de alfarero o de sembrador, tal era la severa imagen en que allí comparecía el rostro de la tierra. Lo que en Oswaldo se tuvo entonces por tendencia a la abstracción, era en verdad un encuentro primero con la desnudez del viejo suelo del hombre, justamente el que necesitaba para emprender la más extraña aventura imaginada por colonizador alguno.
La quiebra del naturalismo les había demostrado a los jóvenes, hacía ya bastantes años, que traducir al hecho artístico la emoción de la tierra, era ante todo una tarea de transfiguración: de integrar su secreto mundo de formas en latencia, al elenco de oscuros mitos, al cúmulo de sueños, a los nombres y ecos fabulosos que subyacen en el trasfondo espiritual del hombre. En aquellos momentos no figurativos todavía, de Oswaldo, no era tan sólo la solidez y gradación de sus empastes lo que impresionaba, ni solamente su color, a la vez tan austero y sabroso; era la sensación de insólita fuerza que adquiría el tema de la tierra, tratado allí por un arte que parecía un violento parto de sus propias entrañas, así estaba de consustanciado a ella.
Materias telúricas, asuntos fantasmagóricos, reemprenden todos los días en la pintura de Oswaldo Vigas la Odisea retrospectiva del hombre de América en pos de sus orígenes. Ha divagado largos años el pintor por el desamparado mundo de los miedos primarios, aquel en que todavía no han nacido los colores, allí donde lianas y raíces, musgos y follajes, pueblan de hórridas visiones nocturnas la niñez de la especie. Para comunicar en imágenes ese su melancólico "viaje a la semilla", Oswaldo Vigas practica unas técnicas crudas, unas materias que de alguna manera se relacionan con la idea del fuego; superficies que sugieren labor de esmaltista, de crudo barro para el ladrillo, como también óxidos y cenizas.
Aquiles Nazoa
Y como en el cuarto de Barbazul, en ese ámbito de herrumbres y aguas antiguas va cada noche Oswaldo a colgar simbólicamente el cadáver de los fantasmas que agobian su alma. No son sus brujas como las de Macbeth, imágenes vaticinadoras de tempestades y crímenes, ni como las de Goya, figuraciones de sarcasmo. Los componentes de hechicería que ingresan como valor trascendental en la pintura de Oswaldo Vigas, están más en sus atmósferas que en sus alusiones figurativas. Lo sombrío de sus climas plásticos, sus invenciones formales, geométricas y a un tiempo orgánicas, óseas a la vez que musgosas; sus desoladas nocturnidades, recogen la imagen de la tierra a la manera mítica en que la teme el animismo colectivo, como la magna Bruja del Mundo, alquimista, de maleficios horribles, madre implacable de los hombres, que inventó raíces como monstruos y dibujó indescifrables rostros en el tejido de los follajes, para sacudir de terrores el sueño de sus hijos. Para compensar en sus cuadros semejante carga de horror telúrico, es justamente para lo que Oswaldo tiene a la mano de su memoria infantil, el tema de las brujas.
Si fueran las mismas de Walpurgis, su acceso a la pintura de Oswaldo resultaría de una truculencia insoportable. Las brujas suyas se parecían más bien a títeres vegetales, criaturas de una dilatadísima trasmigración cultural, ya en trance de fundirse definitivamente a la tierra venezolana, una vez cumplida su penitencia de humanización por el folklore.
Los mitos de la Naturaleza y el mito de las brujas, son las sustancias más antiguas de que está hecha nuestra sangre.
Oswaldo Vigas propende a fusionarlos, ansioso de lograr la coherencia simbológica de que está urgida la pintura venezolana. Hace tiempo, pues, que para Oswaldo son un mismo asunto plástico las sugerencias míticas de la Naturaleza y las fantasmagorías que forjó la cultura. Consumió un período fecundo de su pintura en buscarles, con toda caballerosidad, un acomodo preciso a las brujas de sus sueños, en su dramático banquete de misterio telúrico.
Emparentándolas unas veces con las criollas muñecas de trapo que aún se venden en los mercados populares; otras imprimiéndoles una agresividad amenidad; transfundiéndolas finalmente a las formas en que las esperaba su auténtico destino plástico: a la cerámica precolombina de Tacarigua, la Edad Media no conoció tal vez aquelarre tan concurrido y duradero, como el que viene celebrando Oswaldo Vigas con sus brujas desde 1950. Han sido estos veinte años en su pintura, una aventura arbórea de la semilla al follaje; de los repliegues profundos de la noche, al júbilo de un despertar en domingo. Oswaldo Vigas, a la luz escolar de Mérida, ha proyectado ahora en dimensión celeste la dirección expansiva de su temario. Liberado de nocturnidad, emancipado de sus fantasmas tenaces, ahora Oswaldo juega al arte de los arabescos y consume sus últimos creyones de la niñez en mosaicos de transparentísimos colores. Pero, ¡tengamos cuidado!: Por lo mismo que todo es en el arte de Oswaldo transfiguración, no es improbable que camouflado allí entre vegetación de tapices y geometrías de día de papagayos, surja de pronto el rostro que aterra nuestros antiguos sueños.