Oswaldo Vigas. Imagen de una Identidad Expresiva. Pinturas 1966 – 1977
Galería del Instituto Nacional de Cultura, Museo de Arte Italiano, Lima, Perú
Julio 12 – agosto 7, 1977
Algo muy importante significa la presencia de una exposición de Oswaldo Vigas en el Perú.
Algo que trasciende el hecho de su calidad individual como artista, para alcanzar el mérito indiscutible de ser magnífico representante de una inquietud no sólo vigente en el ambiente de la creación plástica venezolana, sino cada vez más urgente en todo el ámbito de América Latina.
Oswaldo Vigas está absoluta, total, vitalmente comprometido con la ansiosa búsqueda de raíces autóctonas que deben surgir a través de imágenes propias, para encontrar el lenguaje expresivo fuerte y profundo de nuestra realidad mestiza.
Contestatario infatigable, intelectual agresivo, Vigas es como pintor el autor de un fascinante mundo mágico y tremendo como las selvas tropicales, húmedo y sensual como su atmósfera; sus famosas "brujas" son despóticamente emisarias de una tierra exuberante.
De sus formas decididas y viscerales Vigas extrae un ritmo cadencioso donde el orgullo no es ajeno, donde lo salvaje es una forma más de lo plenamente vivo.
En la a menudo mal interpretada y trajinada búsqueda de "identidad" que muchos artistas han emprendido en nuestros países, la obra de Vigas ocupa ya un lugar importante por la calidad de su esfuerzo, de su auto imposición hacia la severidad de su objetivo.
El encuentro con esos caracteres más presentidos que definidos y su transcripción a la imagen, el más poderoso elemento de impacto inmediato, es la meta fijada. No puede ser ajena a esta ansiedad la admiración por lo que fueron las antiguas realizaciones, la pasión por las expresiones folklóricas, el desborde cromático como explosión sensible.
Esta exposición marca un hito y comienza una etapa de confrontación y diálogo. Un encuentro con una voz activa y poderosa dentro del arte venezolano vivo; un encuentro quizás para muchos sorprendente, inesperado; para otros la reafirmación de que el arte latinoamericano de hoy ha cumplido su mayoría de edad.
Elida Román, Directora
Lima, mayo 19, 1977
Galería del Instituto Nacional de Cultura
Vigas: Imagen de una identidad expresiva
No es muy fácil admitir que la pintura pueda tener otra función que la de expresar cuanto el artista ha querido decir de sí mismo, con plena libertad y con sus propios medios. Normalmente esto es lo que ha venido haciendo el pintor de vanguardia en Latinoamérica. Por más que él haya llegado a crearse un lenguaje personal, no podría olvidar que su vocabulario esencial, el alfabeto, por decirlo así, de su habla está tomado del arte europeo y, con más frecuencia, de las corrientes internacionales que en un momento dado estuvieron de moda y le afectaron. Pero si ha logrado algún éxito con su obra, la representatividad de ese éxito gracias al cual se convierte en artista de un país determinado, lo exime de hacerse otras preguntas como no sea las que lo remiten exclusivamente a su existencia y a su trabajo personal. La creación es un asunto bastante privado. Si hay que asumir alguna posición humana, la obra debe dejarse de lado. El artista es un ser aislado del pueblo, que vive para sí mismo sobre la pequeña cumbre del prestigio nacional bien ganado a fuerza de sacrificios, concesiones, becas y, lo más a menudo, mucho trabajo.
Lo que cabe preguntarse, como lo está haciendo Oswaldo Vigas en Venezuela, es si esta desmedida empresa de producir obras de arte personal, cualquiera sea su valor, puede seguir al mismo ritmo, al mismo galope, infinitamente, sin que se haga necesario detenernos para preguntar por la relación que pueda haber entre tanto esfuerzo aislado, entre tanta obra sin destino, y en qué medida puede encontrarse un fondo de identidad de todo ello en el cual podamos reconocernos como latinoamericanos.
Admito que este no era el tipo de proposición con que he debido comenzar este artículo. Pero es difícil no expresarla teniendo delante a un artista controversial como Vigas quien, incluso en su obra y más aún en sus ideas, no cesa de plantearse iguales interrogantes. Después de toda su obra puede darnos su respuesta. Vigas, por cierto, está preguntándose esto desde hace unos años, concretamente desde finales de la década del 40.
Las obras que integran esta exposición tienen un carácter retrospectivo, si bien no reflejan de las épocas englobadas por ellas más que algunos aspectos de la extensa producción de Vigas. Las más antiguas datan de
1966, año en que el pintor residía en Mérida donde tenía bajo su cargo la Dirección de Cultura de la Universidad de los Andes. En Mérida su obra había experimentado un cambio en relación a la temática y la técnica. Puede decirse que en este momento el pintor toma conciencia de lo que, en él, habían sido los rasgos expresivos más sobresalientes de su estilo. Pero expliquemos antes en qué consistió este cambio. Vigas trabajó en una segunda estadía en París entre 1959 y 1964. Es la época en que llega a un planteo que podemos relacionar con el informalismo y que si bien en el orden del colorido continuó siendo un trabajo personal, en el orden técnico significó para él asumir la gestualidad y/o una preocupación por la textura y la luminosidad que habrían de traducirse, luego, cuando retomó la problemática de su serie de las brujas, en una manera más libre, amplia y, por decirlo así, dramática. Si exceptuamos el período informalista del que acabamos de hablar, toda la obra de Vigas se apoya en un elemento constructivo-lineal que se revela como estructura de la obra y que es lo que confiere a ésta el carácter figurativo que ha predominado a lo largo de su evolución. La novedad que aportó a la pintura venezolana la serie de "las brujas" con que Vigas se dio a conocer en los años 50, consistió precisamente en la forma natural en que este pintor lograba atribuir una honda calidad lírica a una estructura compositiva aparentemente espontánea pero en el fondo rigurosa; una estructura en la que el trazo dibujístico se ajustaba a la armonía monocroma dando origen a una visión extremadamente sintética. La tendencia general de la pintura venezolana en la década del 50 se orientó hacia el geometrismo y aunque por esta época llegó a prevalecer la abstracción constructiva, hubo artistas como Vigas que, reacios a una total asepsia de los medios, evolucionaron sin sacrificar a la geometría su concepción orgánica del mundo. Vigas también atravesó por una etapa de formulación de procesos que conducían, a través del análisis de la forma, a cierto tipo de abstracción geométrica, pero no se trató en él de un proceso que lo llevaba a romper con su obra anterior ni que la despojara de una filiación orgánica que procedía del mundo surrealista de "las brujas".
Las obras con que a partir de 1965 Vigas reformula el problema de su identidad expresiva, aparte de constituir un rechazo de la abstracción informal, se sitúan en la vía evolutiva que, mirando hacia atrás, se origina en el planteamiento de "las brujas". Los elementos orgánicos están sugeridos en estas obras por la estructura lineal que dinamiza los planos tratados con tintas para obtener superficies lisas y espacios planos. El linealismo aristado y angular de "las brujas" constituye una vaga reminiscencia.
El paso siguiente, representado por las obras de 1966-1967, nos lleva quizás a uno de los momentos más inspirados de la trayectoria de Vigas. Nos referimos a un grupo de obras que situamos en el comienzo de una evolución que llega hasta hoy. La forma está infusa en el espacio - materia por lo cual figura y fondo emergen en el plano para tener el mismo valor armónico. El color se hace vibrante y pastoso y descubrimos aquí la superficie de lo telúrico.
En adelante la obra de Vigas sigue el curso de su propio desarrollo; se diría que de 1970 a hoy lo sustancial no son ahora los cambios sino la exploración de un dominio reservado a la búsqueda de una mayor autenticidad. El proceso de pintar quiere sustraerse al sentimiento personal para insertarse en una visión cósmica. Pero el contenido de las imágenes permanece en una zona del subconsciente y para ser recobradas éstas exigen impulsos fuertes que ponen en juego la gesticulación.
De allí que estos impulsos son seguidos por la reflexión, por el cambio de formatos a través de una escala que va del cuadro de reducidísimas proporciones a un soporte de dimensiones murales. En esta proyección, cada tema o conjunto de temas se desarrolla en forma serial, hasta ser agotado. A una serie donde predomina la entonación blanca sucede otra en la que el color dominante es el ocre amarillo o el azul. El mundo de Vigas abre sus puertas frente a una selva donde los árboles y el follaje sonoros comienzan a tomar consistencia fantástica.
Del detalle se pasa rápidamente a los planos generales con relación a los cuales el cuadro viene a ser un fragmento recortado. Boscajes o mundos reales imaginados, en la obra de Vigas no sabemos si la imagen es el término del sueño o el comienzo del despertar.
Caracas, junio, 1977
Juan Calzadilla, Asesor de Dirección
Galería de Arte Nacional