Arte arcaico y americanismo en Oswaldo Vigas
Eduardo Planchart Licea
El Universal
Caracas, Venezuela. 1990
Oswaldo Vigas es un americanista. Entendemos por ello alguien que hurga y refleja en su obra el “ser” latinoamericano. Pero ¿a qué ser nos referimos? América no tiene un ser único, tiene muchas esencias. Por eso es necesario, cuando nos referimos al americanismo de Vigas, ir a las raíces más profundas de nuestro continente: las telúricas, representadas en las tonalidades terrosas de algunas de sus obras, que plasman nuestra tierra, nuestras piedras, nuestras cavernas y se proyectan en los objetos y sus texturas. La tierra americana tiene una larga historia geológica. Así, cada piedra, por más insignificante que nos pueda parecer, cada estalagmita, posee en sí la huella de un pasado que se proyecta y recrea en las formas y colores de su obra. Ellas no nacen como una búsqueda consciente sino espontáneamente, resultado de saber oír su voz interna y haber sabido despreciar toda una tradición pictórica realista o naturalista. Cuando Oswaldo Vigas retoma el tema del americanismo, ni copia formas de la realidad ni intenta occidentalizar nuestra etnicidad.
Otro nivel del americanismo en Vigas se expresa en su figuración y se manifiesta claramente en las brujas (1952), representación arquetipal de las diosas madres precolombinas. En las brujas se representan los órganos de la fertilidad: los senos y un abstracto pubis que encierra una vagina triangular. Estas formas, que relacionan la fertilidad de la tierra con la fertilidad de la mujer, el carácter cíclico de la luna con los ciclos biológicos femeninos, tienen una imagen arquetipal en la figuración de sus brujas. Ellas son una recreación inspirada en nuestras estatuillas precolombinas, las cuales conoció en 1950 gracias a una exposición del Museo de Ciencias Naturales, donde se mostró la colección recién donada por el doctor Requena. En ese entonces hace sus primeros bocetos, que más tarde se transformarán en sus famosas brujas.
“Yo había conocido la exposición de arte precolombino que había donado Requena y Oramas al Museo de Ciencias Naturales en 1950. De ahí los primeros apuntes de la cerámica precolombina. En esa época hago un viaje a la Guajira y me impresionaron mucho los tatuajes que hacían los indios en la cara con rodillos; eran pinturas polícromas” (O. Vigas).
Algunas de estas estatuillas se encuentran reproducidas en una obra editada por la Fundación Mendoza sobre Arte prehispánico en Venezuela; la figura femenina N.° 58 estuvo seguramente entre esas piezas. Los rostros achatados de esas estatuillas no representaban seres fantásticos, sino la concepción estética de nuestros ancestros, y en muchas ocasiones no son otra cosa que las tablillas usadas para producir las deformaciones craneales, a través de las cuales las mujeres buscaban tener una apariencia similar a sus deidades, estrechando así el vínculo entre lo sagrado y lo profano. Una máscara escrita en la propia corporeidad que hacía eco de la obsesión del hombre arcaico por vivir en espacios y tiempos míticos.
Estas piezas también se caracterizan por ojos en forma de vulva, signos de fertilidad que Oswaldo Vigas traslada a sus obras. En otras piezas de la misma colección, la mujer embarazada se representa con los ojos vulvares más abiertos, pues se asimilan a la semilla fertilizada que se abre para dar vida a la nueva planta. La cabellera femenina en estas estatuillas se asocia a la vegetación. De ahí el ritual de arrancarles violentamente la cabellera a las niñas que comienzan a ser fértiles, pues hay una empatía mística entre ellas, y así se espera que, como crecerá el pelo de la niña, lo hará también la vegetación. Por esta razón, algunas estatuillas carecen de pelo y nos llevan a comprender las asociaciones concretas entre la mujer y lo telúrico. Estas pequeñas esculturas, al igual que las brujas, son figuras germinales, símbolos por excelencia de la vida.
El americanismo de Vigas profundiza en las culturas arcaicas. Recrea y actualiza su presencia al mostrar la continuidad de nuestro pasado en su figuración. Un pasado que hoy se expresa también en los diseños faciales de los guajiros y que se encuentran plasmados en los rostros de las brujas.
Esta figuración arquetipal de Vigas se muestra en toda su crudeza en las señoras, quienes rompen con las figuras equilibradas de las brujas, dejando atrás su inmovilidad hierática, dando nacimiento a formas míticas vivientes de nuestra religiosidad popular, eco de nuestra alma colectiva, que cristaliza en su obra La señora y el tapir o María Lionza.
Esta cerámica precolombina, más que símbolos de fertilidad y centro de rituales propiciatorios, evidencia la conjunción de opuestos, ya que, a través de sus formas, sintetiza lo masculino y lo femenino, lo uránico y lo telúrico, lo colectivo y lo pasivo, Mu y Se. Esto se muestra claramente en el alargado cuello y en las robustas nalgas que las caracterizan, las cuales tienen una doble significación, pues representan también un falo y sus rostros achatados una vagina, representando la conjunción sexual responsable del milagro de la vida.
La unión de los opuestos orgánicos en este contexto encierra un concepto de totalidad, generador del delicado equilibrio vital de nuestro planeta. En períodos posteriores de la obra de Vigas esta figuración indagadora de esencias se encuentra reflejada en la serie de los Ancestros, imágenes que nos recuerdan los dioses arcaicos africanos, caracterizados por cuerpos y rostros alargados.
Al tratar esta temática, no podemos dejar de lado a los fripones, personajes propios de la religiosidad de los indígenas norteamericanos, que tienen su paralelo en nuestra imaginería popular en la viveza y picardía de Tío Conejo. Los fripones representan el carácter vivaracho, ladino, tramposo de parte de nuestra población. Vigas muestra, así, su raigambre en nuestra tierra, siendo ellos reflejo de nuestra Venezuela actual, hoy en crisis por el exceso de fripones.
