Un exponente digno
Por Edward M. Gómez
Art & Antiques
EE.UU. Noviembre de 2015
A medida que el modernismo se desarrollaba, el artista venezolano Oswaldo Vigas fue su mensajero e impulsor en América Latina.
Al examinar las ideas, creaciones y tendencias de un período particular en una cultura, país o región particular, a menudo parece que quienes tuvieron mucha influencia en una determinada época se pueden dividir entre los que abrían caminos, visionarios innovadores, y los que, de manera más sensible, reaccionaron a la nueva forma de pensar de su tiempo y ayudaron a fomentarla de manera efectiva. Este fenómeno se hizo evidente una y otra vez durante la larga y compleja evolución de estilos, técnicas y perspectivas del modernismo. Solo hubo un Picasso que contribuyó, como él lo hizo, con el desarrollo del cubismo; o solo un Andy Warhol, que definitivamente ayudó a darle forma al arte pop; solo una Yoko Ono, quien influyó de manera indeleble en los tonos, temas y variedades de forma sin forma del arte conceptual. Tales pioneros artísticos inspiraron a muchos seguidores.
En una época pre-Internet, en la que las noticias sobre los últimos desarrollos del arte a menudo viajaban a través de los propios artistas, parece que casi tan pronto como las ideas revolucionarias del cubismo surgieron de los talleres de Picasso y Georges Braque en París hace más o menos un siglo, en muchos otros lugares hacedores de arte abordaron estas ideas intrigados por su nuevo enfoque para representar el espacio y la forma.
Pase rápidamente a través de los desarrollos y las tendencias posteriores del arte moderno y coloque muchos puntos en los mapas de México y América del Sur, donde los nuevos lenguajes radicales del modernismo capturaron la atención de innumerables pintores, escultores, diseñadores y arquitectos. Entre ellos se encontraba Oswaldo Vigas (1923-2014), un venezolano que, creciendo en las primeras décadas del siglo 20, demostró una sorprendente aptitud para el arte. Con el tiempo, él se convirtió en un importante agente de las lecciones del modernismo que había asimilado en su tierra y en el extranjero, así como en uno de los iconos del arte moderno de su país. (Una exposición retrospectiva itinerante de la obra de Vigas, Antológica: 1943-2013, estará abierta al público en São Paulo en 2016).
Vigas, cuyo padre era médico, nació en Valencia, la capital del estado Carabobo, que se encuentra al oeste de Caracas, capital de Venezuela. Una vieja foto en blanco y negro muestra un Oswaldo de 19 años sentado frente a un caballete, sosteniendo en una mano una paleta cubierta de pintura y en la otra un pincel; parte de lo que parece ser una compleja composición en curso espera su atención. Unos años antes, después de haber diseñado escenarios para obras escolares de teatro y de haber creado ilustraciones para poemas, el joven ya había ganado el primero de una larga carrera de premios por su destreza artística.
Aunque Vigas obtuvo un título en medicina en Caracas, nunca llegó a ejercer como médico. En lugar de ello, a lo largo de sus años universitarios en la década de 1940, él continuó aprendiendo de— y haciendo— arte. Profundamente interesado en la abstracción modernista, coincidió con un grupo de artistas y pensadores del Taller Libre de Arte de Caracas, un centro cultural que había surgido como un foro alternativo de ideas y espacio de exposición para quienes se habían separado de la corriente dominante representada por la escuela de Bellas Artes de la capital.
En esta época, Vigas creó sus primeros cuadros distintivos, como Composición IV (óleo sobre cartón, 1944), con su fusión de formas abstractas, un espacio pictórico de capas cubistas y una paleta que recuerda a los lienzos de los viejos maestros. Pronto llegarían las imágenes de su serie en óleo sobre lienzo Brujas, de principios de la década de 1950, cuyos cuerpos semiabstractos define con líneas picassianas y cuyas superficies raspa o corta.
En 1950, Vigas conoció al profesor de historia del arte y crítico francés Gastón Diehl, quien se había preparado en el Instituto de Arte y Arqueología y en la Escuela del Louvre en París, y quien estaba enseñando en la principal universidad y en la principal academia de arte en Caracas. Ese mismo año, también en la capital venezolana, Diehl comisarió la gran exposición “De Manet à nos jours (“De Manet a nuestros días”). Vigas y Diehl se conocieron y se hicieron amigos para toda la vida. Con los años, el bien conectado crítico francés se convirtió en uno de los firmes impulsores de Vigas (también ayudaría a los venezolanos Carlos Cruz-Diez y Jesús Rafael Soto a obtener reconocimiento en Europa por sus creaciones en el arte cinético).
Dos años más tarde, Vigas exhibió su trabajo en una exposición individual en el Museo de Bellas Artes de Caracas, en la que el artista recoge una abundante cosecha de honores, incluyendo el primer premio nacional de arte de Venezuela. Luego se fue a París, donde estudió en la legendaria Escuela de Bellas Artes y en el taller de litografía del artista Marcel Jaudon, y donde tomó clases de historia del arte en La Sorbona. Vigas pasó 12 años en París, durante los cuales conoció o se hizo amigo de muchos artistas de Europa y otras partes del mundo —el cubano Wifredo Lam, el chileno Roberto Matta, el argentino Emilio Pettoruti y muchos otros— que habían gravitado a la capital francesa en el período que le siguió al fin de la Segunda Guerra Mundial (un momento en el que, de hecho, el centro más vibrante del arte moderno se había desplazado a Nueva York, donde estaba también en desarrollo un mercado para nuevas formas inventivas del arte).
A lo largo de estas primeras décadas de su carrera, Vigas expone su obra con regularidad. En 1954 representó a Venezuela en la 27ª Bienal de Venecia. También organizó exposiciones colectivas, como una gran muestra de la obra de modernistas europeos que incluía artistas como Picasso, Max Ernst, Fernand Léger, René Magritte, Hans Hartung, Bram van Welde y muchos otros, que se presentó en Caracas en 1955. Ese año, en conjunto con la planificación de esa gran exhibición, Vigas visitó a Picasso en la casa del maestro de origen español en el sur de Francia. Una foto de este encuentro muestra un radiante y joven Vigas rodeando con su brazo los hombros desnudos de la leyenda viva del arte moderno.
Con este tipo de actividades curatoriales en mente, junto con la forma sofisticada en la que Vigas apreciaba las formas que el arte moderno podía tomar, los temas que podía abordar y los ideales que podía reflejar, una apreciación de sus logros apunta hacia alguien que sirvió como puente vital entre el centro activo de la evolución del arte de vanguardia en Europa y el puesto lejano de su patria y de América Latina en general. Ciertamente, su papel como mensajero de las nuevas ideas del arte fue reconocido cuando, también en la década de 1950, Carlos Raúl Villanueva, el más renombrado arquitecto venezolano del siglo 20, quien estaría a cargo de desarrollar el campus principal de la Universidad Central de Venezuela, invitó a Vigas a crear murales en mosaico para algunos de sus edificios. Los coloridos diseños geométricos abstractos que audazmente produjo aún hoy se ven frescos.
Vigas realizó pinturas geométricas abstractas a lo largo de los años 1950. En ellas, empleó trazos negros más finos o más gruesos para diseñar secciones de composiciones complejas, muchas de las cuales rellenó con colores de paletas más o menos elaboradas. Algunas de estas imágenes se sienten muy exigentes; un espectador casi puede sentir el pincel del artista buscando encontrar y hacer visible una agrupación de formas equilibradas. Por otro lado, algunas de sus obras más exitosas de este tipo y de este período, como alguna nudosa, monocromática creación en óleo sobre lienzo de 1956 de su serie Objeto Negro, se sienten más seguras, cohesionadas y orgánicamente completas.
En 1964, con ganas de participar activamente en el desarrollo social, cultural y político de su país, Vigas dejó París y se trasladó de nuevo a Venezuela, donde cumplió varios papeles en una amplia gama de proyectos de desarrollo y administración de las artes. Exposiciones, propias y de otros artistas; festivales de cine documental y de música; la fundación de una asociación de nuevos artistas; visitas a museos y lugares históricos en los Estados Unidos, México, Perú, Bolivia y otros países; la organización de una conferencia de críticos de arte… No había casi ningún tipo de iniciativa relacionada con la cultura para la que Vigas no tuviese una mano influyente y responsable.
En cualquiera de las abstracciones en óleo sobre lienzo más duras o más sueltas, más tupidas de los años 1960 y 1970, conocidas como sus trabajos “neo-figurativos”, Vigas utilizó parches o amplios trazos de negro junto con combinaciones limitadas de colores, o concurrencias más explosivas de tonos brillantes para crear una amplia gama de composiciones. A veces, como en Lúdicas, de 1966, o en Señora de la Aguas Marinas, de 1967, sus motivos centrales son figuras humanas altamente abstractas; estas obras parecen ser exploraciones de la fuerza expresiva de color, texturas y formas abstractas. Ese aventurero espíritu que busca formas palpita en todo el trabajo de las últimas fases de su carrera, incluyendo, característicamente, tales pinturas al óleo como Paraíso Inconcluso, de 1990, e Y Echaron a Andar, de 1995 (durante este período, Vigas también realizó tapices y esculturas de bronce fundido en las que interpretó similares formas abstractas o semiabstractas en otros materiales).
En 1957, con motivo de una exposición individual de Vigas en la Galería de Arte Contemporáneo de Caracas, Diehl escribió en el folleto-catálogo que la acompañó, que él describía al artista venezolano como alguien que “rechaza los efectos fáciles, abandona la figuración demasiado descriptiva [y] se somete a la estricta disciplina de una simplificación rigurosa de las formas.” De hecho, este tipo de métodos de trabajo se convirtieron en aspectos perdurables, reconocibles de la perspectiva de Vigas para hacer arte. En retrospectiva, parece que tal sentido de enfoque y dedicación a su oficio, lo que podría muy bien haber sido considerado como un signo de integridad artística, puede ayudar a explicar por qué Vigas era tan altamente estimado por su compañeros —además de respetado por los muchos papeles de liderazgo que había asumido y los esfuerzos de promoción que había ejercido en beneficio de su comunidad colectiva.
En un texto que el mismo Vigas escribió, publicado en Venezuela en 1975, observó que “la expresión artística no es “un diente cualquiera” dentro de los engranajes filosóficos y políticos de un país.” En este folleto, él argumentó contundentemente que solo si sus compañeros artistas venezolanos eligieran juntos su “propio destino”, los “valores y formas de expresión” que tenían para ofrecerle a su país, a su región y al mundo, “serían reconocidos e incorporados” en el más amplio panorama —e, implícitamente, en la historia canónica— del desarrollo del arte moderno en la escena mundial.
Amplificador de las ofertas y el legado artístico de su país como él lo fue, así como también un constructor de puentes entre continentes y culturas, Vigas es hoy recordado por el amplio alcance de sus logros, el espíritu aventurero de su arte y el vigor con el que se dedicó a una vida ricamente creativa.
